En otras ocasiones he comentado el simbolismo de Cabo Fisterra desde la Antigüedad como el último lugar del continente europeo donde se pone el sol, cargado de espiritualidad, de leyendas y de ritos paganos y después de creencias cristianas. En los últimos años, ha sido tal su popularización como el verdadero final del Camino de Santiago que el fenómeno de la peregrinación jacobea ha cambiado la faz de Fisterra. En los alrededores del faro, donde una escultura en bronce representa unas botas rotas de peregrino, los visitantes toman asiento para extasiarse ante el mar infinito.
Ahí arriba, sobre el promontorio donde se alza desde 1879 el faro de Fisterra, o desde el mar, sintiendo las olas del mar abierto, la vista más ansiada es la puesta de sol. Claro que para eso (y para tener una buena foto de este fenomenal espectáculo) hay que estar a la hora.
En mi opinión, el auténtico magnetismo de Cabo Fisterra se experimenta desde el mar, pues desde ahí abajo obtienes la magnífica panorámica de esta punta de tierra de 143 metros de altura que coronan el faro, la sirena antiniebla —la única de toda Europa que funciona con aire comprimido, llamada la Vaca de Fisterra por su sonido similar a un mugido—, y un antiguo edificio de señales para la Marina de Guerra, el Semáforo, hoy convertido en un alojamiento turístico. Arriba estás pegado a la tierra; en el mar, sientes la fuerza con la que te atrae.
Embárcate en Fisterra en un crucero con visión submarina y sabrás de lo que hablo. Algunos de los recorridos están pensados especialmente para contemplar la puesta de sol a los pies del cabo, pero cualquiera que elijas te sorprenderá, porque en la costa de Fisterra, que en mar abierto tiene fama de peligrosa, puedes encontrar algunos de los enclaves más bellos de toda Galicia.
La playa de Langosteira es uno de ellos. Dos kilómetros de fina arena blanca y de agua de color turquesa donde se cría una gran variedad de pescados, moluscos y crustáceos. La de Estorde, perteneciente al vecino municipio de Cee, otro. El pueblo de Ézaro (Dumbría), donde desemboca en cascada el río Xallas; el monte Pindo, Olimpo de los celtas, característico por su color rosado; las islas Lobeiras; la ría de Corcubión… Todo en un radio de pocas millas.
Navegar por estos puntos de A Costa da Morte es hacerlo también por su historia, pues en toda la costa surgen señales de otras épocas, como una torre vigía del siglo XII en Punta Sardiñeiro o el castillo de San Carlos de Fisterra, en el extremo de la ensenada de Langosteira. Y es descubrir encantadoras calas como la de Corveiro, llamada así por la cantidad de cormoranes (cuervos marinos) que se posan a secar sus alas en una de sus rocas; las profundas cuevas que excava el mar en los acantilados; las preferencias de las gaviotas por las rocas más alejadas de la costa…
Es, en definitiva, una forma diferente de acercarse al fin del mundo que te recomiendo.
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Desde luego, visto desde el mar es otra historia, qué bonita la cueva del acantilado!!!
Preciosa, sí. Había otras dos muy cerca. un paseo chulísimo!