Ya puede el cura de Muros (A Coruña) sorprender a propios y extraños por llevar una Canon al cuello en acto de servicio y registrar cada evento religioso en una página en Facebook, que los sentimientos hondos de todo el pueblo, como es su devoción por la Virgen del Carmen, permanecen inquebrantables e inmunes a los tiempos modernos.
Es cierto que en los últimos años ha descendido el número de embarcaciones que participan en la procesión marítima, y podría conjeturarse que las tradiciones van perdiendo peso, pero los muradanos lo achacan a la crisis. ¿Cómo si no se explica la ausencia desde hace varios años del helicóptero del Ejército del que descolgaba un especialista para depositar en el mar una gran corona de flores en honor a la Virgen?
¿A qué se debe si no que el remolcador “Ría de Vigo”, todo engalanado, quedara este año amarrado al muelle en vez de acompañar el recorrido de la Virgen y brindarle todos los honores con sus espectaculares chorros de agua? ¿Por qué entonces solo tres vacas (barcos de arrastre) iban acompañando a la Virgen, cuando lo normal era ver a prácticamente toda la flota arrastrera de Muros en la procesión?
Visitamos Muros el pasado día 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, y gozamos de la compañía de Iria Caamaño, muradana y guía turística a partes iguales, y de sus padres, empresarios del sector turístico, con quienes vivimos desde dentro una de las tradiciones más emotivas de los pueblos marineros en general y de Muros, en particular.
Con ellos a bordo de nuestro “Belagua” hicimos el recorrido marítimo por la ría de Muros, tras el bateeiro del patrón mayor de la cofradía, que transportaba la imagen de la Virgen del Carmen y, como es tradicional, a la comitiva de autoridades, la banda de música y los niños y niñas de Primera Comunión. Decenas de embarcaciones de recreo de todos los tipos y tamaños, barcos naseiros y hasta un crucero turístico se sumaron al evento, con gran estruendo de bocinas y sirenas.
Todo hay que decirlo: es necesaria mucha práctica o mucha precaución para salir indemne de la procesión marítima, pues el afán de las tripulaciones por acercarse a la Virgen, el placer por las carreras de algunos patrones, y la bravuconería de los de mayor porte pueden causar serios percances.
Dos son los momentos clave de la procesión: la salida, cuando nadie quiere perderse el instante en el que embarca la Virgen, porteada por marineros de camisa blanca y pantalón oscuro, y el momento en el que las embarcaciones cumplen con el ritual de dar tres vueltas alrededor de la corona de flores bendecida y arrancarle una flor que hay que guardar en el barco para gozar de la protección de la Virgen.
La algarabía se multiplica cuando desde la embarcación de la Virgen se echa al mar la corona de flores bendecida. Estábamos avisados de lo que se avecinaba, y aun y todo no dábamos crédito ante el arrojo de algunos para conseguir las preciadas flores. Solo cuando aquello se despejó y a la corona le quedaba únicamente el verde nos arrimamos nosotros, le arrancamos nuestro ramito y la rodemos las tres veces que manda la tradición.
En el muelle, otra multitud espera pacientemente el regreso de la imagen de la Virgen del Carmen para acompañarla de vuelta a su capilla. La explanada del puerto está tomada por las atracciones de feria y los puestos de venta ambulante instalados por las Fiestas del Carmen, y en la Plaza del Ayuntamiento las orquestas del día comienzan sus pruebas de sonido, pero los muradanos están ahora con la patrona de los marineros.
Al final del paseo del puerto, la procesión se detiene en la escultura de “A velliña” y dejan sobre ella un ramo de flores. “A velliña» (la viejita) como la llaman los muradanos, es una obra de Ramón Conde en homenaje a los marineros “que tienen el mar por camposanto”, pero también a sus mujeres, madres, esposas, hermanas e hijas, por sus muchas y largas esperas con la vista en el mar y el corazón encogido de angustia.
Se adentra después por las calles remozadas de Muros, localidad declarada conjunto histórico artístico en 1970, con los balcones de las casas engalanados con banderas españolas y banderines, y curiosos nombres cuyo significado nos explica nuestra guía muradana: las calles de la Paciencia, de la Angustia, del Sufrimiento, de la Esperanza, se llaman así en alusión a las penalidades de la vida de los hombres y mujeres del mar.
Y llega finalmente a la capilla del Carmen, en la parte alta del pueblo, en cuyo atrio se ha levantado un gran arco de flores. El deterioro de la capilla no aconseja esta vez la entrada de los fieles. Por eso, en el más absoluto silencio, se canta en el exterior la salve marinera, y la banda de música interpreta el himno gallego con el que finaliza el acto religioso.
Eso sí: los fieles no se disuelven sin conseguir llevarse una flor del primoroso arco de la entrada. Para que los proteja la Virgen del Carmen.
[…] Foto: Edurne Baines […]
Hermoso reportaje gráfico y hermosas palabras para narrar algo tan «Muradán» como la devoción a la Virgen del mar y la implicación de todo un pueblo en realzarla.
Gracias por tu comentario. La verdad es que disfrutamos a tope de la fiesta, como auténticos muradáns, sí!! 😉
Bonito sitio, pero solo un par de apuntes.
Los naturales de Muros no somos muradenses (mira que suena mal) sinó muradanos. La estatua del final del paseo no es la «Viexiña», es la «velliña», o » A Vella».
Por lo demás, bonitas fotos
Pues tienes razón en que suena fatal, y de hecho solo se me coló una vez. Gracias también por el apunte de «a velliña», que ya queda corregido.