A veces las vacaciones son la única oportunidad para sacar adelante un trabajo. Y eso es lo que nos ha ocurrido a nosotros este verano: enfrascados en la realización de un libro sobre el Parque Nacional Marítimo Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, que editará Belagua Ediciones y Comunicación —ahora también empresa editora de Vivir Galicia—, las islas han sido nuestro exclusivo destino estival.
De los cuatro territorios del Parque —Cíes, Ons, Sálvora y Cortegada— nos faltaba por conocer el archipiélago de Cortegada. Está formado por las islas Malveiras, Briñas y Cortegada, pero solo ésta es visitable. Enclavado en el fondo de la ría de Arousa, muy próxima al pueblo de Carril (Vilagarcía de Arousa), tanto que con marea baja se puede cruzar a pie desde la isla de Cortegada, es el menos visitado por los turistas. Lógico, por otro lado, porque la isla de Cortegada no despunta por sus playas, sino por el bosque que la cubre.
La isla de Cortegada se recorre enseguida por cualquiera de sus dos rutas circulares: una va trazada por todo el perímetro de la isla, y ofrece vistas de la ría de Arousa en el lugar en el que desemboca el río Ulla. Por la otra, también circular, se ataja por mitad del bosque hasta el punto de partida, adentrándose por la espesura.
Los fondos marinos de esta isla son fangosos y en sus aguas, no demasiado profundas, se marisquea a pie y a flote. Además, la abundancia de algas es tal que los agricultores de la costa las recolectan para abonar sus campos. Así ocurre en Punta Corveiro, por ejemplo, donde se alza desde los años 60 un cruceiro de la Ruta Traslatio, también llamada Ruta Jacobea Marítimo Fluvial.
El bosque, por otro lado, es un laboratorio natural donde crece la mayor concentración de laureles de la península ibérica, en perfecta vecindad con robles, sauces, avellanos, pinos y eucaliptos. Compiten en altura con estos, y sus copas se balancean con el viento produciendo profundos y lastimeros crujidos.
Dicen las guías turísticas de Cortegada que este es un lugar para ver “con ojos de boticario” porque las cortezas, hojas y flores de todos estos árboles que crecen entre la maleza con la yedra trepando por sus troncos son el remedio, mediante coceduras o cataplasmas, de diversas dolencias.
El punto de partida y de llegada de las rutas por Cortegada está próximo al antiguo poblado. Algunas viviendas se han recuperado como servicios del Parque, pero la mayoría perecen bajo la maleza. Igual que la ermita de la Virgen de los Milagros, que en el siglo XVII fue reconstruida fuera del poblado para evitar que las grandes afluencias de peregrinos enfermos en busca de la sanación milagrosa infectaran a los habitantes de Cortegada.
El recorrido por la isla apenas lleva una hora y media. Al abandonarla, una no puede dejar de pensar en que la isla de Cortegada es una superviviente que escapó en dos ocasiones de la fiebre inmobiliaria. Primero, a principios del pasado siglo, cuando se adquirió por suscripción popular y se la donaron al rey Alfonso XIII para que fijara en ella su residencia de verano. Por suerte, se decantó por Santander, donde también por suscripción popular se construyó el Palacio de la Magdalena. Y luego, en los años 80 del pasado siglo, cuando el heredero Juan de Borbón se la vendió a una inmobiliaria, y la decidida defensa de grupos sociales y organizaciones ecologistas evitó que fuera pasto del ladrillo y se convirtiera en una sucesión de urbanizaciones de lujo.
Cómo llegar: empresa de actividades turísticas Cortecata (986 56 56 04)
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Es una joya que tenemos en Vilagarcia, como bien dices Edurne, un bosque mágico que no nos cansamos de visitar. Esperemos que las visitas no controladas no hagan daño a este patrimonio natural.
Qué bosque más maravilloso, ojalá siga así, como bien dices, toda una superviviente, la única que me falta del Parque Nacional! Bss
Un bosque mágico, Inés, que fue una suerte que se haya conservado intacto. Un beso también para ti.